El libro resistente en pleno Rastro
La librería Juanito sobrevive, después de tres generaciones, a pandemias y avalanchas tecnológicas
En el techo tiene colgado un kayak de los inuit canadienses que rescató de un bar de estilo colonial que cerró sus puertas. Al fondo un gong oriental cuya vibración larga inunda toda la estancia y te transporta a lugares aún más exóticos que el Rastro de Madrid, si cabe. Antes Juan Ruiz (Madrid, 46 años), dueño de la librería Juanito, también comerciaba con objetos antiguos, pero ahora se centra en los libros, que es lo que mejor le va. “Una tienda de antigüedades es algo muy bonito, pero un negocio difícil, están cerrando muchas”, dice. El suyo es uno de los establecimientos madrileños que, de una forma u otra, sobrevive a las múltiples crisis del 2020, mientras que otros como la veterana papelería Salazar o el café de Chinitas, han tenido que echar el cierre.
Ruiz se crio por las calles del barrio, en los años 80, jugando al fútbol, driblando jeringuillas de heroína en la plaza, viendo pulular a los personajes de la Movida madrileña. “Yo era pequeño, pero era perfectamente consciente de la Movida: a los niños nos llamaban mucho la atención los punkis con crestas de colores. Había un ambiente increíble, en bares como la Bobia o el Diamante”, recuerda. Pero lo que más recuerda es la droga: “Había mucha gente tirada por los portales”.
Es la tercera generación que regenta esta librería en el número 8 de la plaza del General Vara del Rey. Si bien su abuelo Juanito, que empezó a finales de los años 60, y su padre José Luis, se dedicaban al libro antiguo, Juan ha introducido con éxito el libro de segunda mano más actual: en sus estanterías y anaqueles se encuentran incluso novedades, pero prácticamente a mitad de precio. “Eso sí, me regatean mucho”, dice Ruiz, “hay que tener paciencia”.
Como el negocio sucede sobre todo los sábados y los domingos de Rastro, buena parte de la semana la dedica ha perseguir chivatazos y visitar casas particulares comprando libros y bibliotecas enteras. “Siempre que me llaman, voy: a veces te cuentan maravillas y lo que encuentras no vale nada; otras veces no me dan muchas expectativas y encuentro cosas excepcionales”, explica Ruiz. Y precisamente como el negocio sucede los sábados y domingos de Rastro, la pandemia de covid que ha dejado inactivo al mercado madrileño durante meses también le ha afectado a él fuertemente: en 2020 ha ingresado justo la mitad que en 2019, que, curiosamente, fue su mejor año.
Dicen las encuestas que los confinamientos han avivado la afición a la lectura, “aunque yo creo”, dice el librero, “que el que no tenía hábito lector antes no se va a poner a ahora”. Se dice también que muchas librerías han surfeado bien la crisis, pero Ruiz la ha notado, precisamente por su dependencia de las masas paseantes del fin de semana. “Si hay algún sitio donde se producen aglomeraciones es en el Rastro, por eso entiendo perfectamente que se haya cerrado tanto tiempo”, opina, “también entendería que me obligaran a volver a cerrar si la cosa se pone muy fea”.
En la pared cuelga una foto en la que sale charlando a la puerta de la librería con el escritor Andrés Trapiello (que acaba de publicar su libro Madrid en Destino). “Es una de las personas que más ha hecho por divulgar el Rastro”, dice el librero. El otro día apareció un fotógrafo asilvestrado y les robó una foto. A la semana volvió a aparecer por allí: “Yo soy el que os hizo la foto”, dijo, y le regaló una copia impresa. Luce al lado de un póster que dice: “Los chicos listos leen libros”.
Juan Ruiz tomó las riendas del establecimiento a rebufo de una crisis, la de 2008: se quedó sin su trabajo en el sector del turismo y se refugió en el negocio familiar. Luego le fue cada vez me fue mejor, hasta llegar a ese pico de ganancias en 2019. Y luego este derrumbe. Ahora, con esta nueva crisis que parece empequeñecer aquella, el negocio es una tabla salvavidas. “Paso por estrecheces, pero voy a resistir”, augura. Para ello cuenta con un arma secreta: es propietario del local, que compró el abuelo cuando era un taller de pintura. “Muchos de los negocios que están cerrando alrededor tienen esa característica común: tienen que pagar alquiler”, observa el librero, para quien también es importante llevar una vida austera: no tiene hijos, ni pareja, ni un cochazo. “Yo creo que la verdadera amenaza para la lectura no son las crisis, sino las nuevas tecnologías: el smartphone, la tableta, las plataformas digitales. Ya nadie lee en el metro”, lamenta.
El Rastro ha cambiado mucho desde su infancia. “Creo que se ha ido adaptando a los nuevos tiempos y ha perdido su personalidad. Porque los nuevos tiempos no tienen personalidad”.